En principio, porque ha sido un llamado de Dios para toda nuestra comunidad. 
 

Vivimos en un mundo donde cada vez más niños crecen sin la presencia de un padre en casa, y muchas veces somos nosotras, las mujeres, quienes debemos salir a trabajar para sostenerlo todo. Eso puede sentirse abrumador.

 

No solo por el peso de la culpa que arrastramos por “no estar presentes”, sino porque también empezamos a perder de vista el llamado que Dios nos hizo: Servirle, y vivir de nuestros dones y talentos.

​

Volver a creer que sí hay esperanza, que aún podemos construir la vida de nuestros sueños, y que somos alguien más allá de los roles que cargamos, no es fácil. Pero es posible. Y empieza por recordar quiénes somos en Dios y lo que Él ya sembró dentro de nosotras.